¿QUIÉN ES LA GENERACIÓN MARKETING?
El impacto del Marketing en el mundo es más que evidente. Es sobresaliente. Sus logros son incuestionables. Pueden no gustarnos, pero lo cierto es que son de un alcance aún no igualado por ninguna otra función empresarial. Utiliza motores de la conducta tan potentes como el sexo, la muerte o la hacienda. Recurre a imágenes de la familia, del amor, de los seres queridos. Sus mensajes evocan –incluso inducen- pecados como la lujuria, la lascivia, la envidia, la vanidad o el orgullo. Constantemente apela a las ilusiones, a los sueños, al sentido de pertenencia, al valor de las relaciones sociales. En definitiva, el Marketing –y la publicidad en particular- parece no encontrar límites a la hora de proponerles a los consumidores que compren.
El planeta es ya un verdadero océano de productos en el que los ciudadanos flotan aferrándose al consumo para no hundirse en el naufragio de los valores. Consumir y consumir. Y si es demasiado, se consumen otras cosas para aliviar el atracón. La ingesta no puede parar: sustenta al sistema. Y para consumir, producir. La competitividad no sólo impone un elevado compromiso en los trabajadores. También trae consigo la búsqueda indiscriminada e insaciable de fórmulas para estimular la compra.
El mundo se ha convertido así en una platea increíble donde las grandes ciudades constituyen decorados perfectos para representar la obra cotidiana del Capitalismo. Comprar es divertido y rentable. Cuanto más divertido, más rentable.
El Marketing está contribuyendo a la creación de una sociedad acomodaticia y remolona que encuentra en el supermercado todo tipo de solución a sus demandas. Lo paradójico es que, para dar respuesta a tales demandas -cada vez más exigentes, tanto en prontitud, como en excelencia y originalidad- las empresas necesitan de unos profesionales fuertemente comprometidos, brillantes y abnegados, que estén dispuestos a entregar a sus compañías lo mejor de sí mismos, y satisfacer así sus pretensiones de éxito profesional.
Dichos profesionales han de salir de esta misma sociedad cuyos sistemas educativos aumentan en laxitud, donde el clima general abomina del esfuerzo, y en la que las ideas de disciplina, entrega, tesón y empeño parecen haberse borrado del léxico académico y familiar. En otras palabras, las generaciones que crecen al abrigo de los productos y servicios que el Marketing expande, son una paradoja en sí mismas. Tendrán que responder a las exigencias que ellas mismas plantean sin -al menos en principio- estar siendo preparada para ello, dados los propios efectos desencadenados por un consumo desenfrenado.
Desde edades tempranas, los niños están sometidos a la influencia de estímulos para consumir que ganan en agudeza, originalidad y eficacia hasta alcanzar límites que comprometen la moralidad. Ante la televisión no hay que pensar, no hay que actuar, no exige nada y, sin embargo, divierte, entretiene e informa al tiempo que nos hace llegar un mismo mensaje expresado de mil maneras distintas: consume y sé feliz.
Más allá de este sistema, no hay ideas. Los pensadores no se oyen. La filosofía esta callada. La política -sujeta a las leyes del mercado- elabora programas salidos de enjundiosos estudios sociales (investigación de mercados) para repetir el modelo y que no cambie nada. Los ciudadanos nos hemos convertido -sin rechistar- en meros consumidores obsesionados por la “calidad de vida”. La juventud, anestesiada por las marcas cuyos logos se tatúan en la ropa, vive sonámbula en un sueño de bienestar que no sabe de dónde ha salido. Pero todos ellos coinciden en el tiempo y el espacio para configurar un conglomerado social creador y víctima al mismo tiempo de sus propios comportamientos, y que he denominado “Generación Marketing”.