25 septiembre 2006

INSACIABLES

Diecisiete millones de euros para unas vacaciones. Ese es el presupuesto que la empresaria estadounidense de origen iraní, Anousha Ansari ha dedicado para convertirse en la primera mujer que emprende un viaje turístico al espacio. La diferencia con las conquistas que otras mujeres lograron para alcanzar la igualdad social entre los sexos es abismal. Unas luchaban para eliminar diferencias justificadas por la tradición ancestral de la superioridad física del hombre; en ello ponían sus ideas, su voluntad y sus vidas, y el logro constituía un hito para la humanidad. Ansari, en cambio, no ha hecho nada para nadie que no sea ella misma.
Desde su entrada en la nave rusa Soyuz TMA-9 con destino a la Estación Espacial Internacional (ISS), después de los prolegómenos de entrenamiento para la “hazaña”, y el posterior lanzamiento desde el cosmódromo kazajo de Baikonur, en Asia Central, la joven empresaria ha gastado unas cantidades desorbitadas de dinero. La utilidad de su vuelo probablemente se limite a posteriores celebraciones en su círculo social, sin la menor contribución a aliviar las todavía extenuantes diferencias que separan el mundo masculino del femenino. La suya no es una extravagancia aislada. Su vuelo turístico tiene ya tres precedentes, que no han sido cuatro porque el multimillonario japonés Daisuke Enomoto no superó el examen médico.

Habrá quienes piensen que todo se reduce al simple hecho de comprar unas vacaciones acordes con su poder adquisitivo. La cultura del mercado lo permite. La ley de la oferta y la demanda da su visto bueno. No distorsiona el credo empresarial según el cual, comprador y vendedor alcanzan un acuerdo para hacer un intercambio lícito. ¿Y quién no ha soñado con volar por el espacio? ¿Quién renunciaría a la aventura de la ingravidez, la contemplación del mundo desde sus confines, y el sentimiento de excepción que supone pertenecer a un grupo exclusivo de privilegiados?

Parece que el hecho de volar no ha dejado de encandilar a los espíritus aventureros, pese a que la imaginación que inspiraba a los hermanos Wright para convertir un sueño en realidad, esté siendo sustituida por el dinero que todo lo puede, y tanto más cuanto mas se tiene. Antaño era la ilusión por cambiar el mundo y llevar a la humanidad hacia adelante con pasos que suponían conquistas para la especie. Hogaño es mas bien el potencial del mercado el que impulsa los avances. Y si no son muchos los multimillonarios que, como Ansari, pueden dedicar fortunas a sus caprichos voladores, habrá soluciones adecuadas para otros cuyas fortunas sean más modestas.

Al menos, así lo ha entendido Terrafugia, la empresa estadounidense que salta sobre la inquietud voladora de los hombres y lanza el Transition: un modelo de coche-avión que permitirá circular por carretera o desplegar sus alas y volar. No saldrá al mercado hasta el 2009, pero ya tiene precio -unos 116.000 euros- y se pude comprar pagando una reserva del 5% de su valor. No importa que no exista; tampoco que toda su realidad se limite a planos, dibujos y esbozos. Lo que cuenta es que supone una promesa lo suficientemente tentadora como para comprometer -desde ya- parte del dinero que cuesta.
Los vuelos espaciales para turistas y los coches voladores tienen en común que ambas cosas parecen avances dados en aras de la humanidad. Pero, en realidad, los dos son reacciones de carácter empresarial para abordar a sendos segmentos con soluciones adaptadas a las características sociológicas de los posibles compradores y, por supuesto, a su poder adquisitivo. Los Wright y las sufragistas del siglo XIX, estaban impulsados por motivaciones bien distintas de las que han guiado a Ansari o a Terrafugia. Para unos, el motor eran sus sueños; para otros, lo es el beneficio. Unos se apoyaban en un clima de inquietud por avanzar y descubrir nuevos límites a las capacidades humanas; los otros se apoyan sobre un clima generalizado de culto al yo.

Y es que, lo primero es lo primero, y lo primero es uno mismo. Vivimos instalados en la cultura del “yo”, rindiendo culto permanente a la inmediatez. Procurarse placer está en el centro de los desvelos humanos. La auto-gratificación lo justifica todo “porque me lo merezco…” como insistentemente recuerda la publicidad. Yo y nada más que yo; y para mí, la fama, el placer, el dinero sin límites y el bienestar. El planeta se ha quedado pequeño para la fortuna de Anousha Ansari, y sale de él. Lo contempla desde el exterior, desde donde sólo la Ciencia ha podido observarlo, pero eso sí, con intenciones bien distintas a las puramente hedonistas que la han impulsado a ella.

¡Qué no conseguirá una fortuna en un clima como el actual! ¡Y dónde estarán los límites! En cierta ocasión, un grupo de jóvenes estudiantes fueron cuestionados acerca de lo que harían si les tocase en la lotería una premio inmenso de, digamos, mil millones de Euros. Uno de ellos, tras haber reflexionado un brevísimo instante, respondió: “…primero manejaría mi dinero para duplicarlo, y entonces donaría la mitad.” En su espontaneidad, el chaval desvelaba la realidad triste de que una fortuna no es suficientemente grande como para compartirla, y primero tiene que ser doblada. Insaciables.