11 septiembre 2006

TRANSPARENTE PERO FALSO

Lo transparente está de moda. Todo se ve, se expone, se exhibe y se muestra al mundo. Ya nada permanece oculto, salvo la verdad. Las transparencias son un elemento común de la moda femenina. Los chicos y las chicas lucen su ropa interior sin reparo ni pudor. Un sujetador es hoy una prenda tan pública como la camisa cuyo escote lo exhibe. Los restaurantes separan sus cocinas de los comedores por medio de amplios ventanales de cristal que muestran las interioridades de cuanto “se cuece” entre ollas, sartenes y cazuelas. Teléfonos móviles –y fijos-, ordenadores, relojes, radios, batidoras y tantos otros enseres otrora herméticos a la mirada exterior, cierran hoy sus maquinarias tras plásticos y cristales a través de los cuales sus entrañas no albergan ningún secreto.

Los programas de televisión muestran lo que ocurre detrás de las cámaras, y las películas aumentan su metraje con los “making offs” o planos sobrantes de las escenas rodadas. En el teatro, las bambalinas han dejado de ser territorio que se oculta. Los escaparates son ahora ventanas a toda realidad, incluso la de la intimidad cotidiana de un hogar particular. Los maniquíes lucen su sexo sin disimulo alguno. Las “webcams” convierten a cualquiera en estrella del prono con escenas rodadas en su propio dormitorio. Los locales comerciales dejan tuberías e instalaciones a la vista como si a base de gestos de ese tipo se reforzara una idea de sencillez, apertura y sinceridad de la oferta. Muchos envíos comerciales se hacen ahora en sobres de celofán que dejan ver cuanto hay en su interior. Y desde más allá de los límites terráqueos, las fotografías desde satélites han convertido todo el planeta en una finca que puede observarse –en ocasiones con notable precisión- sin secretos, al descubierto, tal cual es, y sin limitación.

Así el mundo se siente más seguro, más cómodo en la convicción de que al no ocultarse nada, nada hay que temer. Se confunde pues, lo transparente con lo auténtico, como si por el simple hecho de verse, ya pudiera atribuírsele carta de sinceridad. Transparencia y honestidad han venido a asimilarse como una misma cosa.

Sin embargo, la mentira se ha instalado con visos de continuidad en nuestro mundo. Todos mienten. Lo hacen políticos, artistas, científicos, instituciones, empresas. Miente el Banco Mundial al falsear los datos de su ayuda contra la malaria, tal cual denuncian trece expertos encabezados por Amir Attaran, del Instituto de Salud Pública de la Universidad de Ottawa (Canadá).

Miente la NASA ocultando dispositivos no fabricados por el ser humano, según la denuncia de Gary McKinnon en la BBC, hacker británico cuya extradición la exigen las autoridades estadounidenses por colarse en los sistemas informáticos de la Agencia Espacial.

Mienten los representantes de los países ricos reunidos en Gleneagles (Escocia) cuando se comprometieron solemnemente a aumentar la ayuda a África. Allí mismo mintió Tony Blair anunciando un programa para el aumento de los fondos de ayuda, ante lo que los países ricos han reaccionado con “contabilidad creativa” –mintiendo igualmente- considerando la condonación de deuda como si fuera ayuda. Mintieron los que dijeron buscar armas de destrucción masiva donde no las había, como mienten alcaldes –Marbella es sólo un ejemplo- vendiendo favores, prebendas y suelo público para enriquecimiento personal y ostentación desmedida.

Los mentirosos airean sus embustes en los medios de comunicación, y los defienden con desfachatez cuando son descubiertos. Los adúlteros mienten en los programas del corazón cuando niegan sus infidelidades, públicamente ejecutadas. Los piratas se exhiben con descaro y discuten sus prácticas ante el foco de las cámaras y la crónica de los periodistas, como ha ocurrido recientemente en Las Vegas con motivo de la reunión mundial de “piratas informáticos”: los Black Hats y la convención Defcon, congregan anualmente a los miembros de la que se considera la red más hostil del planeta.

Los vanidosos alardean de sí mismos sin consideración del coste cultural, histórico o intelectual, como China tras haber sido seleccionada para acoger en Pekín los Juegos Olímpicos del 2008. En su afán de presentarse con la imagen de una potencia mundial, no repara en costes, y así, Qianmen, barrio de cantantes de ópera y académicos durante la dinastía Qing (1644-1911), al sur de la plaza Tiananmen, ha caído como otras zonas bajo los rigores de las constructoras que levantan en su lugar sorprendentes edificios de nueva edificación.

La impostura se ha impuesto. Pero lo grave no está en este juego interminable de simulación -unos por convertirse en lo que en realidad no son, y otros para conseguir de los demás aquello que ambicionan. Lo verdaderamente grave está en que no pasa nada. Todos lo sabemos, lo comprobamos cada día. Pero sigue sin pasar nada. Nos hemos acostumbrado, nos hemos hecho a ello, asumiéndolo con una naturalidad incomprensible que, antes o después, tendremos que explicarnos a nosotros mismos. Ojala, para entonces, no sea demasiado tarde.